*Dedicado a María Rojas de Franky, su esposa.
Jue un domingo al salir de misa;
yostaba parao en la puerta,
ande toos los hombres se paran,
pa vele la cara a las hembras.
Las estaba mirando y mirando,
con la jeta tamaña de abierta,
porque a yo las mujeres bonitas,
por los ojos al alma sementran.
Dentre toas las lindas muchachas,
que de adentro salían ele liglesia,
salió una, vestía erosao,
y con flor coloraa en las trenzas.
Salió una güeliendo a sabroso,
con olor a jazmín y a violeta,
contoniando el cuerpito garboso,
como palma quel viento menea.
Se quedaron mis ojos pegaos
desos ojos grandotes que eran,
dos fogones por Dios encendíos,
pa alumbrale la cara morena.
Toíto temblando y con mieo,
miacerqué pasitico juntuella,
pa dicile que sí quiba linda,
y que gusto me daba el querela.
Mi decir le gustó bastantico
yanque naa me dijo su lengua,
me torció, con malicia, los ojos,
y con risas, menió la cabeza.
Me olvidé detoita la gente
questaba en la puerta e liglesia,
y, de golpe me vide en la casa
ondíba a dentrarse mi negra.
Y quedé como poste parao
en el frente mesmito e lapuerta
cuando vide, tiraa en el suelo
la flor que llevaba en las trenzas.
Esa flor perjumada y preciosa
que se untó de su linda cabeza,
se golvió como mil peacitos,
de tanto besala y güelela.
Dende entonces juré que mi vía
tan sólo sería pa quererla,
ye cumplío. Sinó que le diga,
sin dársele naa, ella mesma.
Quel querer que nos hemos tenió
es querer que poquitos lo cuentan,
porque semos el uno pal otro,
del too, pa siempre, deveras.
El curita que dice sus rezos,
el que canta su misa en liglesia,
onde vide a la negra de mi alma,
con su flor coloraa en las trenzas,
me la dio, como Dios lo ha querío,
me la dió de verdáa toa entera,
y ya pueo dicile a la gente
que yo vivo tan solo pa ella.