De su hija Nativa Franky de Echeverri
Escribió alguna vez un pensador: “Cuando todo esta hecho, las mañanas son tristes”. Para mi padre no hubo mañana triste, ni día sin emoción. Iluminó los amaneceres con la pureza de su pluma, alucinó con sus novelas, recreó sus tardes con historias mitológicas de espantos y duendes, que al irse nos dejó como legado.
Como hija mayor vi volar su angustia con la temprana partida de mi madre; lo vi llorar como un niño cuando pierde su norte. Estábamos huérfanos y el también lo estaba. A mi madre la amó sin medida, le dedico sus mejores versos y sus mejores días. Decía que quería morir para estar siempre a su lado.
Compartimos una vida; recuerdo sus desvelos por educarnos y por sembrar en nosotros la semilla de los hombres de bien. Fue el amigo, el maestro, el mentor.
Gran hombre, filosofaba sobre el ser, sobre la condición humana, sobre la vida y todas sus facetas, sobre la muerte y el no regreso. Hombre de ayuno y oración; cómo no recordar sus múltiples bendiciones cuando nos veía partir, cómo no recordar sus inmensos silencios en comunión con Dios.
Mi padre, mi soñador, amante de la naturaleza, de sus frutos y sus flores, que le sirvieron de inspiración en sus noches de insomnio.